El Caballero de París

Autora: Raquel Castro Milán.

Songo – La Maya, 6 ene 2024.- Tradiciones y costumbres que nos acompañan durante años y décadas que conforman siglos son el centro de esta sección que nos transporta hacia nuestras raíces e historia, convencidos como estamos que sólo sabiendo de dónde venimos podremos llegar a saber hacia dónde nos lleva el destino.

Hoy quiero hacer referencia a una nueva tradición que le ha nacido a la capital cubana y que está relacionada con el famoso Caballero de París a quien un día tendremos que dedicar uno de nuestros programas.

El Caballero de París, para quienes no lo conozcan, fue aquel deambulante callejero bien conocido en La Habana alrededor de los años 50 del pasado siglo. Arribó a la isla desde España sin haber cumplido los quince años, a principios del siglo veinte, y trabajó en diferentes actividades, como todo buen emigrante, hasta que, sometido a prisión injustamente, perdió el equilibrio mental.

Siempre se vestía de negro el Caballero, con una capa también negra, incluso durante el caluroso verano cubano. Y con un cartapacio de papeles y una bolsa donde llevaba sus pertenencias, abordaba a los transeúntes a quienes, a cambio de un cigarro, ofrecía una flor o un pedazo de papel cualquiera.

Por voluntad expresa del historiador de la Ciudad de La Habana, el Doctor Eusebio Leal Spengler, los restos del Caballero descansan en el convento de San Francisco de Asís, a cuya entrada se erige, creada por el artista cubano José Villa Soberón, una estatua de tamaño real del célebre personaje.

Y aquí es donde reside la tradición asociada con el Caballero, pues se cree que a quienes desde atrás logren tocar la punta de la barba de la estatua con una mano, y con la otra uno de sus dedos, le sonreirá la fortuna. Por difícil que sea la empresa, muchos son los que se aventuran cada día, otros se conforman con acercarse, tocarle la barba y sacarse una foto.

De suerte que toda esta parte de la estatua ya tiene brillo de tanta mano, y no dudo que dentro de algún tiempo haya que restaurarla, porque hasta los extranjeros ya van asumiendo nuestra costumbre, y el bronce no resiste tanto. El mundo es un extraño lugar ¿Quién lo duda? Así ha sido siempre.

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