Eliades Ochoa y lo eterno

Autor: Rogelio Ramos Domínguez.

Songo – La Maya, 25 oct 2023.- “A donde quiera que yo vaya, siempre voy a recordar que soy de aquí”, me dijo Eliades Ochoa hace unos años en La Loma de la Avispa, Alto Songo. Le habían reparado su pequeño bohío, y estaban allí autoridades locales y pobladores para re-inaugurarlo.

A un costado del hogar donde había nacido el bardo en 1946, estaban parqueados algunos carros, bailaban ya unas muchachas, se asaba un puerco en púa y algunos músicos afinaban sus instrumentos.

Entre los artistas pude ver a Giovanni Alcántara y a Gastón Joya, quien por cierto, se atrevió con el bajo de un local y perdió la yema de los dedos, pero tocó.

Eliades daba vueltas por el lugar y quizá trataba de recordar su niñez humilde. Por YouTube anda el video de mi reporte donde el sonero contaba cómo mataban los puercos y llenaban las lecheras con manteca, cómo eran los campos donde trabajaban y describía todo el jolgorio en un monte que en los años 40 era aún más complicado que hoy, y eso es bastante.

Luego de las presentaciones y los besos, Eliades cantó varias piezas con su grupo, bailaron, destajaron el puerco, descorcharon rones locales, hubo agua de coco y hombres y mujeres rieron la tarde que trajo un aguacero histórico, porque según los lugareños, tenían cinco meses con la tierra más seca que los llanos de Juan Rulfo.

Al final, terminamos todos colocados como pudimos dentro de la casita y Eliades comenzó a soltar anécdotas sobre su infancia. Luego de echar dos pasillos torpes con su esposa, habló sobre todo lo posible en aquellas circunstancias, rodeado de gente que le admiraba sin miseria.

La humildad del hombre se lanzó sobre los que allí estábamos. A veces su esposa trataba de reacomodar las palabras porque Eliades era solo eso, el hombre común de aquellas lomas que estaba con amigos. Y citaba asuntos como las carnes de Juanita, que se movían demasiado cuando cernía arena junto a Chan Chan.

Las carcajadas salían por los guanos del bohío y uno podía ver feliz a aquel hombre que se ha codeado lo mismo con Polo Montañez que con C. Tangana. A veces, Eliades se tornaba serio y empinaba sobre palabras algo tristes sus actuaciones por Santiago de Cuba, cuando tenía que buscarse la vida a pulso.

Así, entre perlas, habló de cómo Compay Segundo apenas podía tocar la guitarra cuando vino a Santiago de Cuba y se juntaron a cantar el repertorio del trovador santiaguero; todo antes de que Repilado cantara junto a Pablo Milanés o que Juan Perro le grabara sus cosas y, claro, mucho antes de que con Buena Vista Social Club fuera una estrella internacional.

Ya cuando la tarde pasaba factura, y a sabiendas de que lo que Eliades había construido era su lecho de muerte en Alto Songo, el cantor citó a la parca riendo: “Cuando me muera, el que quiera verme que venga a este pueblo”. Y remató la estancia con una sentencia con la que él bromeaba, pero que en realidad debería ser una constante filosófica que nos preocupara a todos: “A mí no me importa cuándo voy a morirme, a mí lo que me preocupa es cuánto tiempo voy a estar muerto”.

  • Artículo publicado originalmente en AM:PM Magazine.

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