Sindo Garay cantando para un bandido

Autor: Rogelio Ramos Domínguez.

Songo – La Maya, 9 oct 2023.- No recuerdo que se haya registrado mucho sobre el bandido Valera. Era un tipo tan peligroso que los abuelos de mi generación todavía hablan de él con respeto, décadas después de su muerte.

Nuestros mayores suelen contar anécdotas donde aquel hombre, siempre de guayabera, caballo enorme y sombrero prolijo, les quitaba los bueyes a los ricos y se los daba a los guajiros. Se dice que pudieron matarlo cerca de El Cristo, un poblado de Santiago de Cuba.

Sindo Garay, quien, ya se sabe, tenía fama de genio pero también de hombre de salidas muy firmes, tuvo un cruce… bueno, uno registrado, con el bandolero.

Según ha trascendido, Sindo era un trashumante consuetudinario. Es leyenda, escrita  incluso, un viaje a La Habana que hizo —sin querer— desde El Caney. O sea, el bardo fue a una fiesta a El Caney, y lo llevaban a Santiago de Cuba en carreta, el cantor se durmió y siguió arrullado durante horas por el movimiento del transporte, que ya había dejado de ser carreta para ser barco y cuyo destino ya no era Santiago, sino La Habana, donde permaneció bastante tiempo lejos de los suyos.

Con esa vida, sufrió el abandono de su mujer y, por tanto, tuvo que cuidar solo de sus hijos. Tenía que ganarse la vida con su guitarra y lo mismo cantaba, que hacía de cirquero. En uno de esos vaivenes por Alto Songo, La Maya, La Prueba, Siboney o cuanta tierra le escuchara, fue que Sindo se cruzó con el bandido Valera.

Según dicen, Sindo estaba en un café que aún existe en Yerba de Guinea, un poblado entre La Maya y Guantánamo. Estaba cantando y buscándose unos pesos cuando entró un hombre alto de guayabera blanca.

La mayoría quedó en silencio, aturdida por el pánico —el bandido Valera era una especie de Robin Hood, pero mataba—. El hombre fue hasta Sindo y le pidió su Clave a Maceo. Sindo la cantó y el hombre pidió que la repitiera. Cuando terminó, le puso un billete importante en la boca de la guitarra y se largó como en una película de John Wayne, sin mirar a nadie.

Los Maceo eran leyenda en aquellas tierras. Se respiraba el sudor de las anécdotas donde tanto José, como Antonio, hacían la guerra y nadie quedaba exento de tales asuntos, ni siquiera las canciones de Sindo o los ardores de un hombre terrible, como el bandido Valera.

Sindo trató de agradecer y le pidieron que se quedara tranquilo. Lo hizo. El bandido Valera se había largado y los comensales querían conservar las olas de paz.

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