Lo malo y lo bueno de la sobrevida

Autora: Maylín Ros Torres.

Songo – La Maya, 27 oct 2021.- Nosotros, los sobrevivientes, ya no somos los mismos. Nunca mejor escrito, nunca mejor dicho, nunca más recordado. Es una sentencia que me repito cada ciertos minutos porque he cambiado cuerpo adentro, mente afuera, he mutado, como el virus, en una persona que aprendo todos los días. Voy por cambios radicales, precisos, porque la muerte que espanté con las manos, volverá en algún momento y me hace pensar que hay que beberlo todo antes que se pegue como una lapa a mi carne hasta que quede el hueso blanco a merced del tiempo. Por eso pienso en los días pasados.

Los repaso con lentitud, los vuelvo a sufrir, acto estoico y necesario para vivir con más intensidad. Lo malo de recordar es reconocer la falta de sensibilidad en la gente que te rodeaba, en los que te miraban como un apestado y se apartaban, era ver personas morir enfrente tuyo o al costado, igual la muerte aterra. Lo malo eran los baños incómodos y que no hacían sopa. Lo malo también era la falta de atención por parte de algunos galenos, que no querían tocarte, que hacían un pase de visita de lejos, que no tomaban la tensión arterial, que si tu paciente tenía fiebre toma una dipirona, ni saber la temperatura, que se tardaban, que se reían en su contagiosa juventud, que a la vista de muchos, se volvieron insensibles, fríos, distantes, duros, despiadados e inhumanos.

Pero como toda moneda también hay otra cara, la luminosa, la más feliz y mencionada, la que nos levanta y sacude el polvo, la que no queremos ocultar. Lo bueno de recordar es Conrado, el Cardiólogo, que te tocaba sin guantes aunque luego se lavara las manos o Salvador, el Clínico que llevó la silla de ruedas hasta la cama porque no aparecía el camillero o Jesús el Gastroenterólogo, con su lentitud y firmeza, aliento indescriptible.

Lo bueno es además, este mensajero que me traía los alimentos y me hacía una reverencia y me decía, mi reina, cuando te den el alta, te llevo para mi casa, con suegra y todo. Lo bueno era también ver a tantos hombres cuidando a sus padres viejitos, era conocer gente de gente conocida que allí se acercaban casi genéticamente.

Lo bueno era poder ver el siguiente día, y el otro, y el otro, conservando la fe. Era asomarme a los cristales y ver a mi hermano, a Alberto Cosme, a Eliza aunque no pudiese tocarlos. Bueno era además escuchar a los que llamaron con preocupación y ocupación de lo que pudiese necesitar. Me pesa más lo bueno aunque no olvide lo malo.

Así debe ser, para que sobrevivir y cambiar valgan la pena. He cambiado, mi cuerpo carne adentro se debate entre las secuelas y la vida. Mente afuera, muté y como esta maldita pandemia me adapto, giro, giro en esta noria constante, me aprendo estoicamente. Ya lo ves, sobrevivir, no es tan malo al fin.

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