Reseñando a Camilo I

Autora: Maylín Ros Torres.

Songo – La Maya, 25 oct 2021.- Conocer al hombre dentro del héroe puede ser una tarea difícil, sobre todo si nos acostumbramos a calificativos como honesto, valiente o decidido, para designar a una actitud de vida.

Pero la parte humana sencillamente no cabe en calificativos al tratar de describir a esos hombres que conforman la historia de la patria toda. Ofrecemos hoy sencillas razones para seguir reseñando a Camilo El señor de la vanguardia.

Camilo Cienfuegos Gorriarán nació en la Habana el seis de febrero de 1932. Un niño que con los años se convirtió en una de las personalidades más significativas de la Revolución Cubana.

Podríamos decirlo sin temor a equivocaciones, a la misma altura que nuestro Antonio Maceo, el Che Guevara, Juan Almeida o Fidel. A este hombre incalculable en su estatura se le considera fundador del Ejército Rebelde y uno de sus jefes principales en la Guerra de Liberación Nacional contra la dictadura de Batista.

Lo conocemos con muchos sobrenombres: «El Comandante del Pueblo», «El Señor de la Vanguardia», «Héroe de Yaguajay» o «El Héroe del Sombrero Alón», alguien humilde y muy popular por su carácter.

Camilo fue un destacado revolucionario de cuna humilde y amplia ascendencia por su carácter jovial y natural desprendimiento. Recordamos que en solo meses de triunfar la Revolución desapareció físicamente, pero nos queda su impronta, su imagen, su sonrisa plena y las historias que dejó y que todavía nos hacen reír a tantos años.

Su sonrisa, ya lo dijimos, es una de las cosas que más lo identifica junto a su sombrero, su figura delgada y alta, la barba y su amor por los perros. Contaba su padre Ramón que una vez llevó un perrito a la casa al que nombró Fulgencio y lo hizo porque llegó de madrugada como la entrada de Batista por la posta seis.

Otro de los cuentos que refirió el progenitor fue cuando mordió a un conserje en el jardín de infancia. Lo llamó, le explicó lo que pasaba y Camilo no dijo ni esta boca es mía, un mes lo tuvo de penitencia. Después supo por accidente que no había sido él sino un compañero al que quería mucho, pero aguantó el castigo.

De ahí en adelante, contaba el padre, le perdonó unas cuantas trastadas a cuenta del castigo que cumplió sin haberlo merecido. Por hoy cerramos este capítulo, pero regresaremos mañana para seguir reseñando a Camilo.

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