Hablar con un país

Autor: Rogelio Ramos Domínguez.

Songo – La Maya, 22 ago 2023.- Eduardo Rosillo es la voz de este país, este país que puede hablar densamente, y cuyas palabras insinúan un discurso y terminan diciendo una barcaza en un verso de Heredia o una flor en el pelo de alguna mujer que desteje domingos en Santiago de Cuba. La voz de Rosillo no parece haber estado moldeada por sus tabacos, no parece conocer este pueblo suyo (La Maya) desde donde es imposible evitar las montañas. La voz de Rosillo es la voz del país.

No hay uno solo de mis entrevistados que no me haya hecho la misma anécdota: el padre de Eduardo Rosillo quería que él fuera abogado, para defender los derechos y las propiedades de la familia, pero el hombre supo que habían comprado un transmisor al hermano de Felix B. Caignet en San Luis y se apareció en la casa en Pedro Ivonet y formó parte del staff de la primera emisora de La Maya.

Edilberto Quintana fue un reconocido sonidista quien repetía aquella historia, Josefa Brasero la recoge también en un enjundioso texto llamado «Rostros que se escuchan», y lo que sucedió paradójicamente aquel mayo de 1949 fue silencio. Rosillo también me lo dijo: Leonel Landoux Coello, el protagonista de la anécdota, justo al abrir por primera vez la radio CMKT, dijo ante el micrófono que estaba orgulloso de que la voz de su pueblo se escuchara en Alto Songo, en El Estribo, y no se captaba ni siquiera en una barbería a pocos metros.

Sin embargo, fue ahí donde Rosillo estrenó la voz del país. Hizo programas hasta que las autoridades se enteraron y lo obligaron a ir al colegio de locutores titulares y colegiados de Santiago de Cuba, y ahí ya su voz dejaba de pertenecerle. Todo me lo fue contando en la radioemisora que él había fundado en 1999: Radio Sonido SM.

Debió haber sido abril, estoy juntando trozos del recuerdo, aquellos pedazos en los que ambos dejamos rodar vida juntos, y es que lo hacemos los humanos, le damos a otros trazos del universo que nos pertenecen. Debió tener ya 70 años, viajó a La Maya, como lo hacía siempre con su esposa y alguien que le ayudaba en algunas cosas, su salud ya entonces le negaba entereza, tosía y lo podía traicionar la mucosidad peculiar del fumador que fue siempre, sin embargo, la voz seguía impecable, como la guayabera amarilla que separaba su cuerpo del mundo.

Estuvimos una hora con 16 minutos en cabina, aquel hombre deslumbraba. Hay quienes viven de una sola bocanada lo equivalente a varias vidas. A veces quería fumar, lo veía en sus ojos o en el modo peculiar que tenemos los fumadores de olisquear los tabacos cuyas puntas arderán contra nuestros pulmones.

Lo pude sostener entre mi curiosidad y las miradas de las personas que del otro lado del cristal miraban la historia sentada a mi lado. Hablaba la voz del país, decía al país, y nosotros atravesábamos la historia con su manada de muertos ilustres. De pronto era Castor Vispo o Gaspar Pumarejo, de pronto Clavelito pedía que pusieras la mano sobre el radio, y la mirada irónica de Rosillo dejaba notar que aquel hombre no curaba a nadie, sin embargo, espantaba el aburrimiento nacional o las muertes que sudaba la patria.

Hablaba la voz del país, hablaba de la CMQ y Radio Cadena Azul, la historia tremenda del Guajiro Trinidad quien con capital familiar armó una nueva radio para competir con los más grandes. La CMQ vio salir de sus cabinas a parte de lo mejor de su elenco, RHC Cadena Azul pagaba mejor, se iban actores, actrices, repentistas, hasta que un día, El Guajiro arruinado se colgó de una soga y ya no hubo más competencia.

Así surgieron también su marcha del pequeño pueblo a Santiago de Cuba, trabajar en CMKC sin sitio fijo, era un negro con un pasado negro, que debería tener un porvenir negro en una sociedad donde lo blanco parecía ser la única pureza y el país se desangraba y se negaba a su voz.

Eduardo Rosillo contaba todo como si fuera parte de la misma frase, quizá estaba acostumbrado a enumerar esos sucesos, un hombre tan entrevistado, amado debió haber dicho estas palabras muchas veces.

Lo escuché entonces contar su estancia en el bar Bohío, calle Garzón. Hoy han crecido ahí grandes edificios, una dulcería, una heladería famosa, era 26 de julio De 1953, Eduardo Rosillo vivía en El Reparto Sueño, carnaval y madrugada, pasaba un rato con amigos cuando escuchó los disparos que trozaron la historia nacional. Era el asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 y Eduardo Rosillo no podía ir a su casa. Fue a CMKC y dijo: «Por si hace falta», realmente, aclaró, «temía ir a su casa, era un peligro». Y entonces, fue fijo en CMKC.

Desde ese punto, casi da vértigo: Eduardo Rosillo estudió los consumos y colocó rancheras en sus programas musicales. Compitió con los nacionales y fue entonces un hombre de voz hermosa, de naturalidad inusitada, pero también un conocedor del medio. Entonces se fue a La Habana y se hizo la voz del país, comenzó a cimentar su estancia en Radio Progreso, de donde lo escuchamos casi hasta su muerte el 3 de enero de 2015.

Hablé con él mucho antes de ese día fatídico. Sin embargo, en el tono de su voz, en los gestos gastados, se le notaba el modo certero en que un hombre intuye el final. No lo hace conscientemente, es como si el cuerpo se colocara en el punto exacto del dial.

Bebí cada palabra, miré su gesto lento, admiré su capacidad para tolerar ignorancias marcadas, le ayudé a colocar sus tabacos en los bolsillos, le admiré doblemente cuando desenvolvió toda su historia y partí a ser feliz de haberle conocido. En aquel entonces, lo supe: este país no habla con voz de trueno, ni dice las balas rotundas con que se edifica parte de la historia, ni aquellos machetes que afilaba José Maceo para trozar carnes españolas. Aunque también. La voz del país habla más de Benny Moré o de Ñico Membiela y Formell, o de una muchacha cuyo anónimo cuerpo inspiró versos. Rosillo lo dijo y nosotros nos pusimos en coro a escuchar la voz de la nación cuando decía: y continuamos riendo.

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