Como en un disco de 45 rpm
Autor: Rogelio Ramos Domínguez. (Publicado originalmente en AM:PM)
Songo – La Maya, 18 nov 2023.- El grupo ensayaba desde hacía meses pero, por un descuido mayor, de las ocho piezas montadas solo dos tenían cierre, de modo que, aún cuando sonaban todo lo mejor que podían, no estaban listas. Pero por las cosas del destino, hubo fiestón en el barrio.
Las autoridades, que los escuchaban sonar en los ensayos, les pidieron que, por favor, amenizaran. Ellos que no, las autoridades que tuvieran en cuenta el deseo de bailar del pueblo, ellos que no. Las autoridades que habría manera de retribuir, ellos que no estaban listos; las autoridades que ya los hemos escuchado y suenan mejor que Los Van Van…, y los tipos sintieron el orgullo hincharles el pecho.
Agarraron sus bártulos, armaron todo en la tarima central, se propusieron amenizar la fiesta y lo hicieron. Solo que con una solución verdaderamente ingeniosa: cada vez que iban a terminar uno de aquellos temas sin cierre, el director gritaba al del güiro, situado a la sazón bien cerca de los cables de corriente: “¡Chinichopo, tumba el chucho!”, a lo que el artista obedecía quitando y poniendo el breaker en segundos. La orquesta paraba y luego del clásico: “¡Bueno, bueno, bueno!”, volvían a comenzar con otra pieza. Cuentan que fue de las mejores fiestas de Palmarito de Cauto, allá en el municipio Mella, Santiago de Cuba.
Cara B (Los del Jobo)
Los músicos, que en su mayoría eran de por El Jobo, en Tumba Siete, habían tocado en todos los pueblitos posibles, pero no habían tenido la suerte de contar con un audio, ni siquiera terrible. De modo que ver la plaza del municipio Segundo Frente lista para un par de miles de escuchas, emocionaba a cada uno de los miembros del grupo.
Viajar, en estos pueblos, no es asunto que suceda en P2, ni en la 29 o la A95. Nah, aquí se viaja en el tractor de Filfe, la guagua de Conejo, a pie o en alguna bestia, generalmente tranquila; no siempre.
La verdad es que ya montado el audio y con los músicos a punto de comenzar el ritual de afinar aquellos bártulos durante al menos 30 minutos, el director se dio cuenta de que había problemas en la tropa. Fue hasta donde los micrófonos ya instalados, palpó levemente con la punta de los dedos el perfecto rechinar del Shure detrás de los seis kilos de audio. Se asustó un poco, pero más cuando dijo: “¡Uno, uno!”, y aquel sonido parecía llegar hasta Alto Songo. “¡Eh! ¡Eh!”, balbuceó asustado y, al volver en sí, dijo ante los miles que ya escuchaban: “¡Oye Juancito! Te trajimos aquí para que cuidaras la bestia… y mira la yegua de Apolinar por donde anda”.
Por mucho que trató de esconderla, la anécdota le persigue tanto, que hoy la estoy escribiendo. Debe ser uno de los desfases más cómicos de la historia de la música y, si no, que le pregunten a Alfredo Thomson, a quien escuché reír durante 15 minutos en el estudio de Pablo Milanés, el día que Eduardo Sosa se la contaba a Emilio Vega y Tony Pinelli.